
Literatura fantástica
¿Qué es la Literatura fantástica?

Para Jorge Luis Borges los temas fantásticos son cinco: la causalidad mágica, las metamorfosis, las confusiones de la identidad, las interferencias del sueño y la vigilia, los temas con el tiempo.
Rosalba Campra sostiene que los textos fantásticos plantean a sus lectores una contradictoria aventura: pretenden constituirse como realidad, pero una realidad sobre la que tenemos que ejercitar descreimiento. A la vez que solicitan nuestra aceptación, exigen nuestra duda sobre eso que el texto mismo señala como verdad.
Adolfo Bioy Casares se refiere al ambiente o la atmósfera y afirma que los primeros argumentos eran simples, como el mero hecho de la aparición de un fantasma, y los autores procuraban crear un ambiente propicio al miedo. (...) Una persiana que se golpea, la lluvia, una frase que vuelve...
Después algunos autores descubrieron la conveniencia de hacer que en un mundo plenamente creíble, sucediera un solo hecho increíble
Un sueño
Jorge Luis Borges
En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma del círculo) hay una mesa de madera y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

Lo vampiresco
Como afirma Marcelo Damonte: La literatura europea abunda en el tema del vampiro desde muy tempranas épocas. (...). El encuentro del romanticismo y la literatura gótica entre los siglos XVIII y XIX, un germen que entrelazaba el tenor más oscurantista, irracional, fantástico y medieval del evento propiamente romántico, personajes torturados por lo sobrenatural, poderes secretos, el terror, lo macabro y demás monstruosidades tematizadas por el gótico, produce, esencialmente en Europa, una fascinación, tanto de escritores como de los lectores, por las atmósferas de horror sórdido, ambientadas en castillos, ruinas, mansiones lúgubres, monasterios, así como una tendencia a adentrarse en la impronta diabólica, inhumana. (12-13)
Extraído de: Paolini, C., Damonte, M. et al Configuraciones del desvío Estudios sobre lo fantástico en la literatura latinoamericana
El Vampiro
Horacio Quiroga
-Sí -dijo el abogado Rhode-. Yo tuve esa causa. Es un caso bastante raro por aquí de vampirismo. Rogelio Castelar, un hombre hasta entonces normal fuera de algunas fantasías, fue sorprendido una noche en el cementerio arrastrando el cadáver recién enterrado de una mujer. El individuo tenía las manos destrozadas porque había removido un metro cúbico de tierra con las uñas. En el borde de la fosa yacían los restos del ataúd, recién quemado. Y como complemento macabro, un gato, sin duda forastero, yacía por allí con los riñones rotos. Como ven, nada faltaba al cuadro.
En la primera entrevista con el hombre vi que tenía que habérmelas con un fúnebre loco. Al principio se obstinó en no responderme, aunque sin dejar un instante de asentir con la cabeza a mis razonamientos. Por fin pareció hallar en mí al hombre digno de oírle. La boca le temblaba por la ansiedad de comunicarse.
-¡Ah! ¡Usted me entiende! -exclamó, fijando en mí sus ojos de fiebre. Y continuó con un vértigo de que apenas puede dar idea lo que recuerdo:
-¡A usted le diré todo! ¡Sí! ¿Que cómo fue eso del ga... de la gata? ¡Yo! ¡Solamente yo! Óigame, cuando yo llegué... allá, mi mujer...
-¿Dónde allá? -le interrumpí.
-Allá... ¿La gata o no? ¿Entonces? Cuando yo llegué mi mujer corrió como una loca a abrazarme. Y enseguida se desmayó. Todos se precipitaron entonces sobre mí, mirándome con ojos de locos. ¡Mi casa! ¡Se había quemado, derrumbado, hundido con todo lo que tenía dentro! ¡Esa, esa era mi casa! ¡Pero ella no, mi mujer mía! Entonces un miserable devorado por la locura me sacudió el hombro, gritándome:
-¿Qué hace? ¡Conteste!
Y yo le contesté:
-¡Es mi mujer! ¡Mi mujer mía que se ha salvado!
Entonces se levantó un clamor:
-¡No es ella! ¡Esa no es!
Sentí que mis ojos, al bajarse a mirar lo que yo tenía entre mis brazos, querían saltarse de las órbitas ¿No era esa María, la María de mí, y desmayada? Un golpe de sangre me encendió los ojos y de mis brazos cayó una mujer que no era María. Entonces salté sobre una barrica y dominé a todos los trabajadores. Y grité con la voz ronca:
-¡Por qué! ¡Por qué!
Ni uno solo estaba peinado porque el viento les echaba a todos el pelo de costado. Y los ojos de fuera mirándome. Entonces comencé a oír de todas partes:
-Murió.
-Murió aplastada.
-Murió.
-Gritó.
-Gritó una sola vez.
-Yo sentí que gritaba.
-Yo también.
-Murió.
-La mujer de él murió aplastada.
-¡Por todos los santos! -grité yo entonces retorciéndome las manos-. ¡Salvémosla, compañeros! ¡Es un deber nuestro salvarla!
Y corrimos todos. Todos corrimos con silenciosa furia a los escombros. Los ladrillos volaban, los marcos caían desescuadrados y la remoción avanzaba a saltos.
A las cuatro yo solo trabajaba. No me quedaba una uña sana, ni en mis dedos había otra cosa que escarbar. ¡Pero en mi pecho! ¡Angustia y furor de tremebunda desgracia que temblaste en mi pecho al buscar a mi María!
No quedaba sino el piano por remover. Había allí un silencio de epidemia, una enagua caída y ratas muertas. Bajo el piano tumbado, sobre el piso granate de sangre y carbón, estaba aplastada la sirvienta.
Yo la saqué al patio, donde no quedaban sino cuatro paredes silenciosas, viscosas de alquitrán y agua. El suelo resbaladizo reflejaba el cielo oscuro. Entonces cogí a la sirvienta y comencé a arrastrarla alrededor del patio.
Eran míos esos pasos. ¡Y qué pasos! ¡Un paso, otro paso otro paso!
En el hueco de una puerta -carbón y agujero, nada más- estaba acurrucada la gata de casa que había escapado al desastre, aunque estropeada. La cuarta vez que la sirvienta y yo pasamos frente a ella, la gata lanzó un aullido de cólera.
¡Ah! ¿No era yo, entonces?, grité desesperado. ¿No fui yo el que buscó entre los escombros, la ruina y la mortaja de los marcos, un solo pedazo de mi María!
La sexta vez que pasamos delante de la gata, el animal se erizó. La séptima vez se levantó, llevando a la rastra las patas de atrás. Y nos siguió entonces así, esforzándose por mojar la lengua en el pelo engrasado de la sirvienta -¡de ella, de María, no maldito rebuscador de cadáveres!
-¡Rebuscador de cadáveres! -repetí yo mirándolo-. ¡Pero entonces eso fue en el cementerio!
El vampiro se aplastó entonces el pelo mientras me miraba con sus inmensos ojos de loco.
-¡Conque sabías entonces! -articuló-. ¡Conque todos lo saben y me dejan hablar una hora! ¡Ah! -rugió en un sollozo echando la cabeza atrás y deslizándose por la pared hasta caer sentado-: ¡Pero quién me dice al miserable yo, aquí, por qué en mi casa me arranqué las uñas para no salvar del alquitrán ni el pelo colgante de mi María!
No necesitaba más, como ustedes comprenden -concluyó el abogado-, para orientarme totalmente respecto del individuo. Fue internado en seguida. Hace ya dos años de esto, y anoche ha salido, perfectamente curado...
-¿Anoche? -exclamó un hombre joven de riguroso luto-. ¿Y de noche se da de alta a los locos?
-¿Por qué no? El individuo está curado, tan sano como usted y como yo. Por lo demás, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de estar ya en funciones. Pero estos no son asuntos míos. Buenas noches, señores.

Final para un cuento fantástico
[Microrrelato - Texto completo.]
I.A. Ireland
-¡Que extraño! -dijo la muchacha avanzando cautelosamente-. ¡Qué puerta más pesada!
La tocó, al hablar, y se cerró de pronto, con un golpe.
-¡Dios mío! -dijo el hombre-. Me parece que no tiene picaporte del lado de adentro. ¡Cómo, nos han encerrado a los dos!
-A los dos no. A uno solo -dijo la muchacha.
Pasó a través de la puerta y desapareció.